Lo que sentí al entrar en el mundo de Alberto Ulloa

Siento que podría dormir en esta sala, acostarme boca arriba y cerrar los ojos en paz. Es como si la soledad no existiera aquí. Cada uno de los cuadros me acompaña en silencio, como guardianes que resguardan mi sueño. Me encanta el que parece tener un jardín en su rostro, con una expresión de sorpresa, como si estuviera viendo algo por primera vez y para siempre. Me atrae que todos tengan miradas perdidas en distintas direcciones. El toro, hecho de manchas cuadradas y lisas, me cae bien. Podría ser mi mascota. Es lo suficientemente pequeño como para seguirme a todos lados.

Así comenzó mi experiencia en la exhibición de Alberto Ulloa, en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo. Nunca había sentido la necesidad de escribir sobre las exposiciones que visito. De hecho, nunca había sentido ganas de escribir sobre arte en general. Pero el placer que experimenté al entrar en esta sala en específico debía guardarlo para siempre.

Solo para aclarar, el texto en cursivas lo escribí en mis notas mientras estaba en el museo. Algunas cosas no tienen mucho sentido así que solo comparto fragmentos.

Ese día me sentía completamente sola. De hecho, suelo visitar el museo cuando me siento así. Siempre pienso que encontraré algo que me hará sentir diferente, algo que me sacará de mí misma cuando no me soporto. No siempre lo logro, pero esta vez sí. La exhibición es gigantesca, todo un piso solo para él. Me sentí abrigada por el color. Por primera vez, ignoré las formas, los textos de sala y los conceptos. Ni siquiera me permití leer las fichas. Estaba tan envuelta en color que no quise distraerme con otra cosa.

Quedé absorta en la sala de los rostros. Me senté allí por largos minutos, envuelta en una ensoñación en la que me veía dormir con todas las obras mirándome. Encontré la compañía que necesitaba. 

Se escuchan tambores afuera; algún grupo de danza está practicando. El sonido es perfecto para mi ensoñación. Hace que esto se sienta como una especie de ritual. Algo mío. A partir de este momento, mi vida es otra. Soy una mujer que vive en el universo de Ulloa. No tengo idea de quién es Ulloa. Lo siento, pero no quiero saberlo, al menos mientras escribo esto. Quizás después investigue. Pero en ese momento solo estoy viviendo dentro de su mundo, y es lo único que importa.

Seguí paseando entre la colección. Justo al lado de la sala de mis guardianes del sueño, estaba una que me encantó.

La sala de los gallos es increíble. Hay tantos que hasta puedo escucharlos cacarear y hacer kikirikí frenéticamente. Son electrizantes. Definitivamente no me acostaría a dormir aquí, pero vendría cuando necesitara ruido. Como esos días en los que paso una semana sin salir de casa y siento que olvido mi propia voz de tanto silencio. Sería perfecto venir a esta granja de vez en cuando, solo para escuchar a los gallos. Tienen tanto color que hacen imposible sentirse triste.

Estuve alrededor de veinte minutos con los gallos. Me senté en el suelo mientras dejaba volar mi imaginación. No creo que estuviese prohibido. Los de seguridad parecían de piedra, tiesos en sus asientos viendo sus vidas pasar con aburrimiento. Se estaba poniendo divertido para mí. Al entrar en otra sala escribí lo siguiente.

Me encanta el “señor cara de vegetales”. Ni siquiera veré el título real; me gusta este nombre y prefiero dejarlo así. No tengo mucho más que decir sobre él, solo me encanta tal cual es. Las pinturas de besos me provocan envidia. Anhelo un beso ahora mismo, pero al mismo tiempo disfruto de mi soledad en la sala. Puedo pensar con tranquilidad y libertad, sin sentir que alguien me escucha o ve lo que yo veo.

Y ahí está la magia de este lugar. No se trata de las obras, los artistas o los conceptos detrás de ellas, sino de la experiencia estética, lo que te hacen sentir. En ese espacio, rodeada de colores y formas, no estaba sola. Era como si los cuadros, los rostros y hasta los gallos me devolvieran una parte de mí que me hacía falta. La soledad no pesaba, sino que me acompañaba en una conversación silenciosa.

No siempre logro entrar en el universo de las obras; a veces las curadurías no me despiertan nada. Por eso me gusta cuando me sorprenden así. Y no tiene que ver con el artista en sí, porque frente a grandes nombres a veces no siento nada. Aunque, claro, también depende de uno mismo, de qué tan abierto estemos a dejar que el arte entre.

Antes de publicar, hice mi respectiva googleada y resulta que Ulloa es uno de los artistas más reconocidos de la República Dominicana. Bien por él. Es agradable cuando no me dejo llevar por las fichas. Procuraré confiar en mi ignorancia más seguido.

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